sábado, 22 de julio de 2006

Vals de invierno



Habito al artista níveo.
El que muerde el bosque y la borrasca.
Soy la suerte infantil colgando del móvil de metal.

Una noche de más me evaporé por ahí.
encadenado a las letras y a la tirria de los dioses

Y renuncié a gritar, mientras me acogotaba
con el nudo de la imberbe tradición del despecho.
Mientras levantaba los trozos del bazar rotos a su merced.

Aliento sobre el vidrio y los dedos de pincel.
Dibujé los ojos al dragón para que vuele.

De sus alas, el viento bermejo que depila,
que arrastra la roña por las esquinas (y debajo de los zócalos),
hizo volar todas mis bazas.
Y cada una en una mueca,
levantaba a las divas sus desvelos.
Y cada una dibujaba, nuevos ojos.
Dragones ciegos.
Mientras la lagrima blanca resbalaba, lentamente, por el espejo.