sábado, 13 de febrero de 2010

Silencia





Es como una resaca de asfalto, un tedio inimaginable de imágenes repetidas y negras que aíslan el mundo y lo saborean hasta el palito. Te lo dije antes de ir, después de haber ido, no se puede venir. Escasea la simplicidad, empieza el ojo a tener lagañas de smog y venas  moradas que se ramifican en la blancura de la pared inquebrantable, ese vidrio macizo que impide ver  la ficción -porque vamos al caso de que ya nadie puede  negar la realidad-,  esa pelea eterna entre lo que es y lo que se ve.

La objetable capacidad de cerrar las puertas junto a la incertidumbre de ver los mitos paseando por esa habitación tan cuidada de globos y amor paterno esmerilan los ventanales de una penumbra que aguarda dentro del llanto el momento propicio para  fragmentar el secreto. Solo saber la dualidad de las esferas primigenias y sucumbir a los grabados designios del misterio, con algo de lógica y con mucho de suerte, hace abrir esa cáscara podrida de donde se auspician las futuras tempestades. A favor la ingenuidad y la siniestra cara de la locura, enfrente la verdad roída por el tiempo y las conjeturas de quien es más bello. Cómo si eso tuviera asidero en el concepto de libertad, cómo si elegir lo más bello fuera elegir bien, como si elegir bien fuera auténtico de la inexperiencia, como si ser libre fuera el primer paso hacia el encierro.

Esa búsqueda eterna del mejor, esa apatía por la simplicidad, ese sabor amargo de la noche  sin el susurro  del vándalo despierto que  intenta  definir incansablemente  sin pedir nada a cambio. Esa loable lucha para que un ideal escénico y simétrico y estético que se presenta como rutina haga un ruido tal al despedazarse que aturda la conciencia.
Inconscientemente sin parámetros  y sin horarios vaga eternamente por un teléfono viejo, dibuja la secuencia de la combinación que abrirá el caos, esperando el estruendo de un gemido absoluto. Llueve, es tan pesada la piel cuando se llena de porquería que la lluvia por más inoportuna y turbia que exista sencillamente  ahoga y enjuaga.

lunes, 8 de febrero de 2010


El sonido de Nuremberg retumbando en la noche.
La gran máscara mortuoria de la simetría humana,
un grito débil entre los niños circulando en la energía
bajando en manadas hacia el río, sacudiéndose de sus cuerpos el barro
de la divinidad.

domingo, 7 de febrero de 2010

Sonidos de Ekaterimburgo

Con la piel brillante de extrañas criaturas muertas al sol, comienzan las ceremonias de

la sal. Oscuras plumas se deslizan en el viento, cuando el amanecer se bebe la luna roja

de un solo trago.

La sangre recorre los istmos del sexo. Una prisión cálida se eleva desde las sabanas.

¿Cuando llegará nuestro tiempo, el tiempo de las serpientes emplumadas? ¿Cuando será

el tiempo de la lluvia en la frontera?

Aguacero de verano, líquido frío y gris sobre la ciudad, barro e incienso. El delta de

la vida fotocopiada inunda la dorada tierra del trigo. Las tropas de la esperanza roja

se apantanan y viajamos lejos, a la estepa para visitar al Zar.

Tormenta

Trueno

y fiebre.

La casta de hombres santos nos deleita más que los aburridos profesores del cinto del

caos y que los proleprofetas. Su miedo al reloj les impide perder los pantalones y se babean

con tronos herrumbrados. Su poder sería solo una nueva broma, la del incestuoso reino

de la masturbación vegetal.

Canciones en el borde lluvia.

Remedios para la peste, terrores que escapan a nuestras uñas.

¿Cuando será nuestra hora?,

la de las oscuras plumas y del sueño de los ofidios.

jueves, 4 de febrero de 2010

Asustarse es un orgasmo sin tacto

el tantra de las presas

Tira un millón de dólares en el centro de la ciudad

pero cierra los negocios:

Tendrás una bestia enjaulada en las plazas

y en las fuentes habrá un perfume a muerte subiendo

en las narices de los miles que esperan

para comprar golosinas,

zapatos,

papel,

perdones

estatuas e incluso dinero.

Dinero

para comprar dinero,

plumas y un amasijo de colores

danzando entre ríos de sangre.

Dios es ateo,

los billetes lo saben.