domingo, 4 de diciembre de 2011

Una mancha roja. Un punto, rojo fuerte, lascivo, irreverente, que degrada y enriquece. Mutante de la transformación, se agranda, recorre los espacios, migra, enloquece, atrapa bellos, dimensiona, transfigura la dermis , subsana la envidia, mata sublime. La terrible fuerza del beso, la difunta nausea de esa noche oscura que tapa las alcantarillas de los ceniceros. Somos fieles al recuerdo, ansiosos de la orden que obligue a someterse. Que felices que seremos mientras recordemos que somos tontos. Despacio, todavía no te ha tocado, te acordarás después, de que en algún momento cuando todavía atravesamos las mas absolutas figuras ideológicas, nunca amamos la duda. La no contemplación de la posibilidad de estar equivocados es la más mísera muerte del símbolo. Perdidos entre la sabiduría del eterno suspiro y la malformación del goce. No sé si caemos o nos acercamos al inicio.

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