sábado, 11 de marzo de 2006

Tu verás, lloveré...

No nos vimos el viernes a la tarde, quizás porque tuvimos la impresión de conocernos de madrugada. Un sábado a la madrugada, el sábado que ocurrió después del viernes en que no nos conocíamos y que también fueron jueves y miércoles y sábados pero siempre desde el pasado. Durante eternas horas soñé con que te conocía, que conocía el futuro, una sensación que me toca en las madrugadas, y que siempre me termina haciendo olvidar de lo importante. Viajé por un camino oníricamente dulce y lúcido, con algunos pasos sobre el café, la geografía de las mudanzas y los recuerdos con la niñez de cerca. Soñé sin dormir, sin el descansar de los pensamientos y las cosas. Te conocí verde, bailaste azul y también lila, hablamos rojo, gris y naranja, rozamos las manos púrpuras y nos miramos tontamente, a la hora de irnos nació el negro, pensé que tal vez estabas de luto. Hasta que volví a casa y me acosté, en ese instante comencé a soñar dormido. En ese sueño, no tenías nombre, en los sueños suele pasar eso, tu nombre podía ser cualquier nombre, pero recuerdo que estaba tranquilo y feliz porque no pasaría eso de que tu nombre sea cualquier mujer. Al despertarme, ya no quise soñar más... busqué por todos los rincones un dato que me dirija hacia tu sueño, pués deseaba conocerlo. Aunque creo que mi mayor deseo era habitar en él. Pasaron vientos que derribaron hojas, en ellas quise buscar la cuerda que me llevase a una de tus clases. Después pasaron humos, hermanos e hijos del agua, siempre estaba el café arrimando la música del fuego crepuscular que te posee.

No estaba seguro de quererte, cuando llegaron las sombras misteriosas de tu ausencia. Y allí estuve envuelto sin ganas intentando descifrar los largos epitafios de los recuerdos en que participabas. Ya sin más tiempo que el espacio vacío de realidades, la presencia tumultuosa y ruidosa convive con el olvido de las palabras. Y sin embargo, ayer soñé una pirámide que tenía de aristas tus ojos repitiéndose interminablemente hasta el desierto, soñé un viaje que tenía misteriosos lugares simulando tu cuerpo, y soñé un agudo sonido rompiendo del amanecer y pidiendo susurros en la ventana. Solo sueños... hasta que abrí los ojos una madrugada y después de intentar recordar los colores del mundo mismo, con esos pasajes de libros entreabiertos suavizando la agonía de los extremos, tan filosos y cercanos que hasta tú puedes caer en ellos, ví cómo una témpera se deslizaba de mi mano.

Me pareció oír que me hablaste semánticamente sobre los poderes, los del amor y los otros... “ No le eches agua a estas flores, ya están muertas”, todavía está pintado como un graffiti pero en el aire cuando entro a salvar los eucaliptos plantados en la cama. Imposible no verlo, no sentirlo, no intentarlo. Imposible no, verlo no, sentirlo no, intentarlo y punto. Una sensación como de desalojo sin violencia, o con algo de placer y deseo violento que se termina perdiendo en el hecho mismo de la mañana rota, destruida en las sábanas, desordenada con un orden propio de la noche; con los inventos esparcidos en la vereda mientras miramos los árboles. Quién ama realmente no duda. Como si tú o como si este tonto atónito hubiera inventado el amor, o en su descarte la duda, o los principios fundamentales por los que la melodía del recuerdo es la canción que vivimos en estos instantes. Ya no te encuentro, quizás el tiempo de buscarte ahora se llama revolución, atajos, escondites y fuego que calmo sin quererlo. Soñando las madrugadas, mezclando los colores, inventando recuerdos, mirando el mar y las leyendas que escribes en mi arena. Pincel, Pincelito... no me pintes más...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Anita... Usted me dió el último empujoncito que necesitaba. Besos.

flor dijo...

Cuando hablan de pinceladas siento que alguien me observa escondido...
Muy linda página. Hrmosos textos.

Anónimo dijo...

Flor: A veces nos escondemos y otras veces nos esconden... Gracias por el comentario... Besos...