miércoles, 10 de junio de 2009

El sueño de Zeigarnik


Primero la guerra. Y no sé porque yo era soldado. O algo que se le pareciese, pues no se puede decir que todo el que lucha es soldado. Yo estaba en la lucha sin saber porqué. Todo era ruido, escenografías gigantes. Todo era siseo de balas, patadas y gritos fieros. No entendía muy bien, de hecho no entendía absolutamente nada. No hay mucho tiempo para pensar cuando lo que te van a cortar es justamente la cabeza. Pero ahí estaba yo luchando a diestra y perdiendo a siniestra con personajes de baja estofa, de calaña diversa. Desde fieles servidores del Gran Kahn, hasta ninjas, samurais, sarracenos y cruzados, hasta boinas verdes. Imposible entender en que bando estaba, más que en el mío propio.

Era Vietnam en la sala de estar.

Me encontraba en el posabrazos del sillón, luchando con un soldado G.I. Joe medio gringo, de pelo corto y ojos azules. Sobre la ventana, a lo lejos, se veía un batallón perdido en plena refriega y de fondo el cielo, con sus luces parpadeantes.

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