martes, 9 de junio de 2009

Resaca del Dr. Jeckill



Quién cambia allí, en una cama o en el cosmos:
el perfume o el que huele?

Julio Cortázar

Hyde:

Sucede a veces que la crisis de la fe nos agarra de improviso, y en plena resaca apunta directo al órgano donde se aloja la angustia. Porque, vamos a ver, no me puede decir usted que no existe un órgano que se encarga de la angustia. Si es que la angustia se siente por aquí, en algún lado del cuerpo.

Cuando se ha ido ya usted y me refresco la cara frente al espejo intentando, en vano, purgarla en mi escupidera de latón, empieza la imaginación a prometerme de vuelta su mundo bucólico y tengo la vaga sensación de no estar hecho ni para lo monstruoso ni para lo aburrido. Para la rutina y el vicio, alternadas, o juntas, y viceversa. No puedo soportar ser yo, pero tampoco ser usted (¿o es usted que soy yo, o somos entidades diferentes, inquilinos fortuitos de un mismo cuerpo?). Tengo la irritante sensación de que a usted tampoco le agrada del todo, pero acaso lo disfrute.

¿Tanto hay de dualidad en las cosas? Acaso quede poco por elegir, o puede que lleguemos siempre tan tarde al reparto de virtudes, que ya se hayan llevado la pata del pollo.

Puede incluso que hayamos llegado tan temprano que no podamos decidirnos.

Cumplimos los dos una carga penosa, amigo mío. Por un lado debe usted hacerse cargo de decir y hacer todas las cosas que por cuestiones de cobardía, de insidiosas miradas ajenas y de los ecos panópticos que me afectan, no puedo yo cumplir; por el otro mi persona debe soportar las magulladuras y los golpes, la incertidumbre de no saber que ha hecho usted exactamente con este cuerpo que poseemos en condominio. ¿No parece gran cosa verdad?

Me corroe. Me inunda. El día después solo existe culpa y remordimiento.
También debo decirle, para hacer justicia, que no creo que todo deba ser necesariamente tan malo. Recuerdo perfectamente y con cariño el ménage à trois que tuvimos oportunidad de disfrutar, aunque sé que usted se acordará menos.
No he vuelto a ver a aquella simpática fierecilla que supo hacer las delicias de ambos esa madrugada.
Podría enumerar miles de historias imperdonables, pero no estoy para reproches, ni para acicalar los renglones del anec d’otario.
Me tachará usted de individualista, pero viendo como está el patio, prefiero un solo pelmazo, lumpen y decadente, antes que cargar a cuestas con otra patética versión del circo de Moscú. Al Gulag de las emociones mando a usted. Mi esperanza está en Siberia.

Sepa que es usted un monstruo, un monstruo libertino, que amparado por sus secuaces de la liberalidad tolerante no hace más que corromper al cuerpo y el alma que compartimos.

Dice usted lo de “destruir para construir” y va arrasando impunemente la poca dignidad que nos queda. Va dejando a su paso un solar donde ya no crece el pasto, con vuestro poderoso herbicida de la decadencia.

Cariños de lo que queda.

Dr. Jeckill


Jeckill, amigo:

Este mi decálogo, no los tome usted como las tablas de Moisés, pues no están escritas en piedra:

1) La falacia del poeta es desaparecer. Es creerse impune de sus escritos, de su verborrea y de su saliva. Yo me borro. Usted aparece. Por tanto es usted, no soy yo, en la madrugada, en esos brazos extraños abigarrados.

2) La conquista es algo así como pedir un crédito. Uno debe demostrarse capaz de pagar y hacerle creer al dependiente de turno que no necesita ese préstamo. Eso es lo que suele pasar. No me malinterprete, pero debo decirle compañero: tiene usted una cara de moroso incobrable.

Así las cosas en la financiera del amor, resulta todo en una hermosa simulación de aproximadamente tres meses a plazo fijo. Es lo que dura la pata de la verdad terrenal.

3) La verdad del espíritu puede seguir oculta.

4) Ha dibujado con tiza policial su cuerpo." ¡Ahí está la pobre victima! ¡Mirad! ¡Esa es su silueta! Lo pinta usted muy fácil, mi amigo. Y es que no repara en la cantidad de lunas a la deriva en alta mar, con las redes vacías, cuando no encallado y rompiendo el barco en un acantilado, luego de obnubilarse con los cantares de las sirenas.
Pasan olímpicamente las miradas, trastornadas por el naufragio del vidrio tostado, de las olas de espuma en el jarro.

5) ¿Es la luna un nuevo espejismo?

6) Alguien ha pegado migas de galleta en el techo que simulan ser estrellas.

7) Disfruto cada locura y resentimiento. Disfruto cada desvío del colectivo. Disfruto la contracorriente, ser el salmón de las siete de las mañana en un río de obreros yendo a trabajar, ¿Cómo puede usted quitarme semejante placer con su patanería de little bourgeois?

8) Paisajes enteros borrados por un reflejo estentóreo; iluminados por el estado mágico que muerde la dualidad.

9) Me acusa usted de monstruo, ¿pero hay acaso algo más monstruoso que vuestra cárcel de sentimientos? Ese lugar putrefacto donde cada emoción es fichada y tiene un legajo. Donde la lógica es el barrote de la fe en la pasión. Y usted el cancerbero que preferiría ser acéfalo. El hombre de mil cabezas sin presupuestos para migraña. Esto ya no tiene fin.

10) Por eso le digo y me mantengo en mis trece. A ciertas horas, amigo, ya no se puede ser exigente. Y mucho menos escamotearle al beso.


Mis mejores deseos, que es lo de menos.

Mr. Hyde

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