
Cierta vez, olvidé atarme los cordones.
Desde entonces camino arrastrándolos.
Ensuciándolos por doquier,
deshilachándolos.
Fue un liberación tenerlos desatados,
pero también una incomodidad.
Y a veces añoro caminar sin tropiezos,
sin tener que mirar para abajo cada dos por tres
(seis)
Sin tener que esquivar los charcos,
o las pisadas ajenas.
Y a veces pienso que la libertad cuesta un tropiezo.
Ahora descubrí que el problema no son los cordones,
ni atarlos o llevarlo sueltos.
El problema es el zapato.
Ahora camino descalzo.
3 comentarios:
te guiño el ojo en el post que viene...
me encanto este
ke lindo...
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