lunes, 5 de diciembre de 2005

Las nubes negras del lugar

... iba caminando hacia la esquina por el cordón de la vereda, cuando se interpuso en mi trayecto esa señora mayor que sin querer obstaculizó mi andar con su bastón produciendo un tropiezo, el cual visto desde la vereda del frente, debe de haber causado mucha gracia...


Bueno, ya recuperado de las risas de los transeúntes y de la cuasi-caída (por suerte encontré en una mirada rápida el parquimetro al alcance de mi mano), paso a comentarles....
Día nublado, ráfagas de cientoveinte kilómetros por hora desde el sur provincial, aunque aparentemente provienen de esas masas de aire frío que se producen en el polo, o algo por el estilo. Buscando una pelicula -El puente sobre el río Kwai- del año milnovecientoscincuentaysiete recomendada por el que puso la semilla en aquellos días en que faltaban nueve meses para que yo saliera del letargo placentero (si, placentero, literalmente). Intentando amainar las interminables ganas de fumar un cigarrete (por supuesto que la paciencia cuenta). Y por sobre todo recordando, recordando cuando eramos felíces, cuando casi no pensaba en la cantidad de espeluznantes canciones existentes que nombran los preciosos momentos que hemos vivido.... (qué lamentable, no quiero hablar de eso hoy).

Recuerdo una vez, saliendo de un barrio que lo vamos a llamar "cuartas de árboles" (solo para entendidos o que moren en la ciudad en la que vivo), me encontré solo, domingo como pócos domingos tan horriblemente feos climáticamente, en el sector de detención del ¿Autobus? millares de piedras atestiguando al costado de la calle principal las gotas que empezaban a producir ese sentimiento de desesperación seguido de la sensación casi futurológica de saber que si no llega el colectivo en unos instantes no solo te empaparás hasta el pupo sino que también comenzarás a maldecir, siempre empezando por lo que menos reacción pueda tener (objetos inanimados), banco de mier... se me van a mojar los cigarretes, poste del ort.... me voy a cag.... de frío, y así sucementesiva hasta llegar a los objetos animados (Esponja atenerse), este colectivero y su p....madre que no se apura seguro está atendiendo a una barby tuneada. Mientras tanto, un señor muy cautelosamente desde la ventana de la casa que está del otro lado de la calle, baja las persianas de su hogar calentito y seco, con cara de "si no te tomás el colectivo en cinco minutos llamo a la policía". Desde lo lejos, con miopía vislumbro un autobus acercándose a razón de noventa y ocho kilómetros por hora (no soy bueno para los cálculos y menos cuando la lluvia me moja el papel y me olvide el lápiz), y me dije: - Este chango no me va a ver, va a pasar como si fuera un perro refugiado en la garita-. Ya a unos veintidos metros de distancia (no soy bueno para los cálculos), sentí que comenzaba a disminuir la velocidad.
En resumen, me subí al autobus y recorrí la distancia que separa el trayecto del viaje. Llegué a casa después de haber caminado largos tramos desolados y sinceramente aterradores. Eran las dos y cuarto de la noche cuando intenté abrir la puerta, la lluvia había decidido mudarse a otros destinos igualmente secos antes de su llegada, nadie en la calle, charcos y sapos danzantes vigilaban mi búsqueda de las llaves, el instinto persecutorio hacía más penosa la búsqueda, ya habían pasado dos minutos y por el flanco derecho observé cómo dos aspirantes a guardarse lo ajeno por medio del delito se acercaban sigilosamente hacia las oscuras sentencias del destino.
Ya adentro de casa, contando los pocos metales que perduraron a la apropiación ilícita y secando las gotas de lluvia mezcladas con las de sudoración, me permití unos pocos minutos de descanso en el sillón de mimbre que guarda tan bien la forma de mi retaguardia, quizás queriendo empezar a preparar unos mates, tal vez intentando evaporar la humedad de los cigarretes con la flama de una vela para poder fumarlos tranquilamente, y definitivamente comenzando a escribir este relato que ahora quizás termine.

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